La belleza en el fango

7/24/2014 01:42:00 p.m.

Dalila iba por la vida arrancando de raíz cualquier oportunidad en la que ella pudiera sobresalir, ser el centro de atención. Ese cúmulo de miradas encima de ella producían en su organismo un elixir similar al de un ludópata ganando en la ruleta. Era una sensación extraña a la que siempre se acostumbró: ser el centro del mundo.
Desde niña, rápidamente se aferró al hecho de que podía tejer a su antojo mil historias cuyo final fuera favorable para sí misma. No importaba cuantas lágrimas tenía que derramar para que su familia terminara cediendo ante ese llanto. Ahí se dio cuenta del poder que podía ejercer sobre las personas, y no dudo en seguirlo utilizando.

Trascurrió su niñez y fue sino hasta la adolescencia donde hizo de la manipulación un arte. Bastaba con que ella dijera dos o tres palabritas para que su séquito de adoradores las convirtieran en una verdad inapelable.
Dalila siempre provocaba, temor o envidia o lo que fuera, pero tenía ese don de provocar algo en las personas. Jamás pasaba desapercibida. Su belleza era extraña, retorcida, no era el prototipo de las telenovelas, pero contaba con algo de lo que muchas carecían a esa edad: personalidad.

En tercero de secundaria, Dalila tuvo su primer novio. Todos se sorprendieron porque no era el típico rebelde sin causa del que todas estaban enamoradas. Jesús era todo lo opuesto: un niño bien portado, obediente y callado, al que le gustaba mantener un bajo perfil y, de vez en cuando, socializar en las maquinitas a la salida de la escuela.
Ahí conoció a Dalila, en una reta de Street Fighter. 
Para Jesús ese 23 de marzo, había sido un día normal, hasta la 1:20, hora en la que decidió jugarse sus últimos 5 pesos en una reta. 
Y ahí, como una visión, Dalila estaba masacrando a Vega con Chun Li, en una batalla épica. Los comentarios se centraban en la asombrosa manera de manejar a Chun Li, y más aún, era manejada por una niña. 
Poco a poco Dalila fue acabando con todos y cada uno de los contrincantes, hasta que llegó el turno de la reta de Jesús. El había elegido a Ryu y, con la concentración requerida, se disponía a jugar algo más que sus últimos 5 pesos.
Después de dos empates, Jesús pidió prestado para el último y definitivo combate pero ya era muy tarde: Dalila había ganado más que una partida.

Desde entonces, Dalila y Jesús eran inseparables. El la acompañaba a su casa al salir de la secundaria mientras ella le contaba lo mucho que le gustaban Los Caballeros del Zodiaco. Dalila iba a casa de Jesús a ver Los Supercampeones, a jugar Tetris o Super Mario. Juntos empezaban a trazar un destino que se vislumbraba maravilloso: días y días pegados a la televisión, comiendo helado napolitano mientras descubrían la maravilla del cosquilleo en la entrepierna.
O al menos eso pensaba Jesús.

Con el transcurso de los días, los padres de Jesús se empezaron a preocupar por su comportamiento; era irascible, todo el día estaba irritado y sus últimas calificaciones habían disminuido considerablemente. Lo atribuyeron al 'primer amor' y a la novedad de tener a Dalila -quien se había vuelto un poco absorbente- en su vida. No le dieron más importancia que la del amor adolescente.

Dalila, por su parte, había mejorado sus calificaciones, y sus padres no podían estar más contentos de que por fin tuviera un amiguito que era buena influencia para ella. Aparentemente Dalila estaba madurando y los berrinches dejaron de ocupar un lugar primordial en su hogar. 

Tardarían años en advertir que, el cambio de Dalila, solo era parte de una estrategia que, con el pasar del tiempo se convertiría en su estilo de vida.



Continuará...

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vomitado por Orizschna
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