Hay que aguantar lo que uno construyo.
De lo demás ni hablamos.
Siempre la cabeza agachada estará dispuesta a no meternos en problemas, porque los problemas llegan a ti cuando aprendes a decir que no.
No bastan los discursos, ni las palabras, ni los perdones.
Tampoco se pueden borrar los recuerdos de casi una treintena de años.
Esos se quedan en la mente y anidan llagas huecas en el corazón.
Somos lo que somos porque nadie nos pregunta que sentimos.
A nadie le importa.
Así que hoy, un domingo cualquiera, me quito mi máscara y aprendo a esconder esa poca honestidad que me queda.
No sirve de nada. Sólo empeora las cosas.
Si si sí si. Palabra que tengo que meter en mi cerebro y enseñarle a mi boca a usar todo el tiempo.
El camino no será tan difícil supongo.
Me ahorrare sermones y opiniones pedidas, después de todo, al mundo le importa una mierda lo que tenga yo que decir.
Y tu, si, tu, no vengas ahora a decirme que quieres conocer y saber y escuchar.
No te creo.
Ni tu me crees a mi.
Somos tan intangibles que no podríamos siquiera reconocer la mierda que cagamos.
Aplausos! Ha llegado la hora de la frustración!
He perdido la dirección. Le metí tercera y ya no se dónde estoy.
A punto de.
No se.
La única seguridad que me queda es que ya no tengo corazón porque lo poco que me quedaba me lo acabo de comer en un guisado con verduras.
Si. Así de mierda soy.