La belleza en el fango

6/25/2014 09:19:00 a.m.
Hoy todo es completamente paternalista, protector y abrazador, tenemos una ansia enorme de corregir años y años de errores y omisiones y buscamos insertar en las nuevas generaciones un chip de libertad, ese que tanto deseamos nosotros para cuando tuviéramos 30.

Cuando yo crecí, me tocó otra cosa: mi casa era lidereada por una mamá muy entrona (mi padre murió cuando yo tenía 7 años), que tenía que trabajar mucho para sacarme adelante -con un horario de 8 a 2 y de 4 a 7 para ser exacta-. Siempre tuvo el apoyo de mis abuelos y mis tíos, pero somos una familia pequeña de adultos en su mayoría.

La televisión tomaba parte activa como segunda educadora, y aún así me jacto al decir que era una niña que sabía perfectamente cuáles eran mis obligaciones: al llegar de la escuela sabía que tenía que quitarme el uniforme, comer, hacer la tarea y, después de eso, era ejercer eso a lo que yo llamaba mi libertad
Podía ver la tele, jugar, dormirme, limpiar o lo que se me hinchara la gana. Desde los 8 años dejé de tener el dedo acusador encima de mí y nunca fui de esas a las que les tenían que andar picando la cola con las calificaciones o los quehaceres.
Era muy feliz, pese a las situaciones familiares que vivía. Mi libertad se traducía en ver la Niñera mientras comía papitas con sabor a bbq.

Así eran mis días.

Me la pasaba dibujando, escribiendo, tejiendo historias con mis Barbie's o jugando a matar patos en el Nintendo.
Mis amigos venían a mi casa casi a diario, nos dábamos carrilla, nos empujábamos jugando futbeis o simplemente nos hacíamos bromas pasadas de lanza. Todos lo aguantábamos. Fue nuestro proceso de crecimiento; en el fondo entendíamos que la carrilla no era más que un montón de palabras estúpidas que no nos quitaban el sueño.

Recuerdo de manera muy precisa que en cuarto de primaria supe lo que era el cáncer. Recuerdo también que me marcó. Recuerdo también que conocí palabras como embolia, trombosis, fibroma, neumonía, que tanta mella hicieron en mi familia.
Lo superaron. Lo superé con todo y mi escasa edad con el apoyo de mi familia.

Siendo niños comunes y corrientes carecíamos de algo que, a medida que he crecido, he notado cada vez más marcado en las nuevas generaciones: la médula de la maldad per se.
Los chamacos fuimos, son y serán crueles por naturaleza; a veces existía la intención tácita de castrar al otro y algunas veces solo decíamos cosas que -sin querer queriendo diría el Chavo del 8-, terminaban por herir a los demás.
Pero nos reponíamos. Y rápido. Quiero pensar que se debía a que teníamos una mayor resistencia emocional, un umbral de dolor más alto.

No crecí ni de pedo en una generación exenta de divorcios, padres solteros, drogas, descuido, vaya, de malas decisiones en general. Igual dolía en el 89 que falleciera tu papá que en el 2014. La niñez que tuve fué golpeada más no arrancada de raíz. Y así tengo muchísimos ejemplos de amigos, conocidos, familiares.

Hoy veo las cosas diferentes.

Los niños juegan a ser adultos, opinando y compartiendo cosas sobre política, religión, drogas o aborto, mientras que los padres tratan de quitarse 15 años de encima actuando como mocosos irresponsables y dispersos, con ese slogan mamón de "sé amigo de tus hijos'".

La sociedad está tratando de reparar años de omisiones cambiando los papeles, protegiendo en exceso, dándole un peso a la juventud que no está preparada para soportar, puesto que han sido criados como verdaderos muñecos de cristal, unos muñecos a los que la carrilla los orilla a ir con psicólogo (no confundir con los verdaderos problemas emocionales), impedidos de jugar con tierra y ensuciarse, que son felices encerrados con su PSP4, tablets o teléfonos inteligentes (desgraciadamente, más inteligentes que muchos de nosotros).

Me puse a pensar en todo esto a raíz de un post que difundió un contacto en Facebook. Les cuento de que fué:
Ésta persona, profesionista, casado (a) con hijos, centrado (a), con una vida normal y tranquila (al menos es lo que predica), le tomó una fotografía a un muchacho con una discapacidad, -muy conocido en ésta comarca por platicar en exceso y pedirte 5 pesos para una soda- que tiene la misma edad que nosotros.
En la fotografía, este aberrante ser se tomó el tiempo de sacar sus dotes frustrados de diseñador (a) y le colocó leyendas que, textuales, decían: '1000% puñetero', 'dame una lana o te filereo', 'dime mongolito, mi reyna'.

Me pareció tan detestable.

Y fué ahí, cuando después de varios comentarios de mi parte (entre ellos recalcando la poca sensibilidad/madre al difundir semejante estupidez), caí en cuenta de lo siguiente:
¿Cómo podemos esperar que los niños o jóvenes sean sensibles y respetuosos si, nosotros como adultos, tenemos actitudes tan ridículas y dolosas?.
¿Con qué calidad moral enjuiciamos el bullying si a diario somos parte activa del mismo?.

Somos una sociedad hipócrita.

En realidad poco nos importa corregir o acabar con esa necesidad pinche de infringir dolor (esa necesidad que en pleno siglo XXI es totalmente arcaica); lo único que hacemos es solapar a nuestras conciencias, esas llenas de rencor contra quiensabequienes.
Es una especie de payback. Un 'a mi me lo hicieron, ahora que puedo que se chinguen'.

La autoridad se salió de las manos. Los maestros ya no la tienen, (en su mayoría) carecen de libertad de cátedra, no forman valores, vamos, no pueden ni siquiera reprobar al alumno cuando así lo amerite. 
Los padres son tratados como estúpidos por los hijos, carecen de voz a la hora de formar conciencias, dejan en manos de cualquiera la educación que, se supone, deben inculcar (la internet es más peligrosa que la televisión, por ejemplo, en las manos incorrectas).

Los niños, entonces, ya no son culeros, han sido catalogados con un sinfín de adjetivos que los alejan cada vez más de su realidad. 
Hemos criado a una horda de pequeños Mussolini's que creen tener absoluta autoridad por el solo hecho de estar. Son niños que exigen ropa Abercrombie. Son niños que usan smarthphones a los 4 años. Son niños con problemas de adultos: depresión, preocupados por el dinero, por el status quo.

Y los adultos nos hacemos ojos de hormiga, delegando responsabilidades ya no a la televisión, sino a  cualquier distractor que se atraviese, echándole la culpa a miles de cosas de nuestras carencias. 
Desdeñamos cualquier a cualquier persona que ose en interferir con lo que nosotros consideramos educar (aunque tengan la razón).

Los adultos jóvenes de hoy crecimos en una generación donde el remordimiento y la expiación eran totalmente necesarias. Hoy prestamos suma atención a que las juventudes no sufran como nosotros, no sean regañados como nosotros, tengan lo que no tuvimos (después de todo no queremos otra generación X), pero de manera habilidosa y convenenciera no prestamos atención al fondo de la olla.

No queremos ver el error, que está en nosotros mismos. Padres de familia que no pueden educar ni crear conciencia porque en el fondo no hemos dejado de ser unos adolescentes crueles y pendejos. Ahí es donde perdemos la batalla, donde nos lavamos las manos.

Es un gran poder el que tenemos y debemos usarlo correctamente. Tengas hijos o no los valores son universales, y siempre habrá momentos donde tengamos (aunque no nos guste) que hacerla de educador ajeno. 

No es una tarea fácil, se tiene que ir aprendiendo sobre la marcha.

Los niños no son de cristal, hay que dejarlos crecer, equivocarse y sobre todo, enseñarles que un perdón no debe ser considerado debilidad.

Como adultos, no debemos tener esas regresiones patéticas en donde busquemos, a toda costa, que nos vean como alguien cool y desenfadado, un cuate, esa persona prendida que siempre dice que sí. Those times are gone. Para eso tenemos -espero- amigos, sí, amigos, no hijos.

Si queremos predicar empecemos por nosotros mismos, erradicando esa pinche necesidad de menospreciar al más débil, de humillar por medio del insulto más vil y rastrero. Caigamos en cuenta que no podemos seguir solapando nuestras propias conductas y que nuestra crueldad chinga cada vez más, independientemente que vaya acompañado de un 'no quiero que te enojes pero....'.

Seamos ejemplo y así quizá, solo quizá, no tengamos que conformarnos con ser el amigo cool de nuestros hijos, sino lo que ellos verdaderamente necesitan: unos padres que puedan respetar.





vomitado por Orizschna
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6/16/2014 12:33:00 p.m.


Mucha es la oposición que ha tenido el Mundial en ésta última edición. 
Brasil atraviesa una grave crisis que se refleja en pobreza, inseguridad y desempleo, por lo que es entendible el descontento y la incertidumbre de su población ante el compromiso de sus gobernantes para ser la sede de la Copa del Mundo 2014 (y lo entendemos porque aún en México acarreamos los estragos de impuestos creados para sufragar gastos de ésta índole).

Cada 4 años se desata la misma revolución: salen de su cauce caudales inmensos de fanáticos del soccer que solamente son comparados a la cantidad de detractores del mainstream o de lo que ellos llaman 'el mayor distractor del mundo'. 

Fanáticos rayando en la veneración exagerada, nacionalistas perpetuos cuya devoción se traduce en prometerle medallitas de oro al Santo Niño Futbolero.
Haters de la movilización masiva, fundamentalistas de vanguardia que jamás han visto un partido completo, que confunden Lituania con Letonia.

Cada 4 años se genera el mismo debate y se cae en la misma zona de confort, ese lugar oscuro que mancha, como aceite al agua, la verdadera raíz del evento. Exactamente cada 1460 días se busca, de manera exagerada, la politización del deporte.

Es imposible ignorar las condiciones sociales que atraviesa la sede mundialista, puesto que la infraestructura requerida para tal acontecimiento se traduce en un menoscabo de los recursos económicos del país en cuestión. Inversiones multimillonarias que van directamente a la creación y remodelación de estadios, publicidad y marketing, embellecimiento de las ciudades sede. Debido a la situación actual es evidente que la población brasileña esté encabronada y lo que le sigue pues, al igual que en México, nunca se les pide opinión ni existe un consenso (la negligencia de los gobernantes no tiene fronteras).

Con este panorama, las opiniones de nosotros los mexicanos son completamente tendenciosas, puesto que se critica a la FIFA como si ella decidiera arbitrariamente. Peor aún, se critica al deporte en sí. Nos vamos convirtiendo de a poco en periquitos parloteros que repiten incesantemente la misma frase panfletaria.
Somos los que nos quejamos de la nefasta influencia de las grandes televisoras nacionales pero repetimos y peor aún, difundimos, las medias verdades generadas por las redes sociales. Las tomamos -a las redes- como una gran incubadora de sentencias incuestionables, escudándonos en la cobardía que nos brinda el pensamiento ajeno y el anonimato.

Ejemplos hay varios: en épocas electorales no faltan los mil-ocho-mil memes mofándose de los candidatos, otros tanto cuestionándolos de la manera más ramplona y algunos buscando crear conciencia social, invocando lugares tan comunes como Emiliano Zapata, el EZLN o la mítica frase tierra y libertad.
A todos nos sale lo ultraderechistas o lo rojillo y el denominador es la verdad cuasi absoluta de las teorías políticas propias, que envidiaría hasta los mismísimos Montesquieu o Rousseau.

Y bueno, el mundial no está exento de eso.

Cada 4 años brotan como corona de lágrimas los fanáticos de la Selección Nacional (con jersey incluído), esos que se empedan en cada juego eliminatorio.
También salen los villamelones (muchas mujeres incluidas), que no tienen ni idea de que es un tiro libre pero cargan con la matraca y el rostro pintado tricolor.
Por último, los que odian al fútbol, los que lo escudriñan y satanizan, los que lo elevan a la categoría de culpable (sin juicio justo) del aborregamiento de la sociedad mexicana.
Dicho lo anterior, tenemos a tres grupos primordiales: fanáticos, villamelones y haters. 
Este post es para los últimos.

En éstos días he leído una gran cantidad de opiniones respecto del Mundial; desde las frívolas opiniones de la inauguración hasta el último juego hasta la fecha.
Opiniones hay muchas: 'ay! que guapotes los de Bosnia' (cosa que es incuestionable).Vamos, no puedo negar  la belleza masculina que desfila en esas canchas (googlear a Hulk, Marcelo, Spahic, Piqué) , pero también existimos quienes disfrutamos, aparte de la buena pierna pambolera, de una atajada magistral o una goliza bien puesta (España-Holanda, Alemania-Portugal).

Las opiniones más simplistas y reaccionarias son las que se traducen en lo siguiente: 'durante el Mundial el Senado aprobará las reformas aprovechando que la población está distraída'

No se si reír o llorar.

Vuelan las publicaciones compartidas, los artículos, donde se de dice, de manera tajante, que el gobierno votaría las reformas (sí, así en lo general) durante el mes del mundial, todo para que el pueblo no la hiciera de jamón y estuviera distraído con eso que nos apendeja tanto.

No mamen.

Somos un pueblo distraído desde tiempos ancestrales, teniendo como referencia que somos hábilmente seleccionadores de nuestros apendejamientos, he de anotar.
Decir que el gobierno votaría las reformas (de nuevo, así mero en todas sus instancias) en éste periodo debido a la Copa del Mundo no es más que una muestra fehaciente del afán coatlicue de sentirnos el ombligo del mundo, creadores de un movimiento revolucionario que solo existe en nuestros IPAD's, escrito en algún Starbucks.

Somos una sociedad pasiva y gritona; nos especializamos en debatir con un desconocimiento total, diciendo las mentiras con tal convicción que poco a poco vamos creyéndolas.

Hacemos propias las causas ajenas (como la situación carioca) y, como la habilidosa zorra, no nos queremos ver la cola.

Lograr una revolución de pensamiento va más allá de compartir como demente memes picarones, cuya crítica social proviene del Perro Guarumo. Ésta revolución lleva implícita una responsabilidad personal, una que ni de chiste tomamos en serio y que se llama convicción.

Hablamos de las reformas con una generalidad grosera. Pocas son las personas que utilizan  éste gran universo llamado internet, que agarran un libro, vamos, que leen para fundamentar sus posturas. De ahí se deriva, precisamente, que el fútbol (o casi cualquier cosa) tenga la culpa de nuestra apatía.

Los procesos legislativos no tienen quorum ciudadano, así que las reformas se votarán sin nuestra consideración. Así ha sido desde siempre y, de verdad se los digo, no lo cambiaremos compartiendo imágenes en Facebook o Twitter donde culpemos a cualquier evento del acontecer nacional.

El mundial se ha jugado pese a épocas de crudeza e inestabilidad (Segunda Guerra Mundial), y se ha buscado distraer, en el buen sentido, a la población, intentando que prevalezca el espíritu de unidad de naciones por medio del fairplay. Quizá ahí radique la crítica convenenciera: criticamos lo más fácil, no exigimos en cuestiones de verdadera relevancia. Decimos que es un distractor y pasamos más tiempo odiándolo que conociéndolo, centrando nuestra inconformidad en algo que dista mucho de poder modificar la situación actual en que vivimos. 

El fútbol per se es un deporte hermoso, que debe de ir más allá de situaciones políticas y, para poder desmenuzarlo, hay que conocerlo (y con ello me refiero a no repetir como periquito lo que nos dicen en las noticias), crearnos un criterio.

Un deporte jamás será responsable de quien lo elige como estilo de vida o como entretenimiento, de tener miles de hinchas que prefieren ver un juego al canal del congreso.
Esos que esperan que Messi o Neymar o cualquier atleta se manifieste por las causas justas son los mismos que aplaudieron a Jared Letto con su influmable speech al aceptar su Oscar.
Esos son los pasivos que van por la vida buscando palmaditas en la espalda, aunque no le sirvan de nada.
Si canalizáramos nuestro odio a cosas con más sustancia, con un fondo, seríamos otros. Ahí se puede resumir muchas cosas: preferimos el pretexto a la acción.

A manera de conclusión, los incito a defender la libertad. Decidamos que ver o que no ver, pero seamos respetuosos de los gustos ajenos. Si no gustas del fútbol, estás en tu derecho, pero deja a los demás disfrutar de él, porque seguramente habrá muchísimas personas a quienes tus aficiones le parezcan ridículas o innecesarias. Dejemos de mezclar la gimnasia con la magnesia y aprendamos a argumentar porque, después de todo lo dicho, la política está llena de villanos y el fútbol no es, ni por mucho, uno de ellos.

Hay que entender que, en un mundo ideal, no tendríamos la necesidad de culpar a nadie de nuestros errores como sociedad ni los malas decisiones de nuestros gobernantes, no andaríamos buscando chivos expiatorios para lavar nuestras conciencias. El fútbol jamás tendría la culpa.

otro presente aquí  Efra

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vomitado por Orizschna
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6/09/2014 12:10:00 a.m.

Implacable. Misterioso e inamovible.
Un romántico misterio.
Futuro. Tan ambiguo. Tan lleno de interrogantes que, de a pronto, te van llenando la garganta y la cabeza de miedo, odio, cerrazón.
El futuro es un lugar de verbos más que de actos. No hay una seguridad total.
Correré. Amaré. Dormiré. Despértaré. 
Todo conjugado correctamente, de una manera soberbia y panfletaria.
En ésta edad de (des)ilusiones queremos a futuro por una sencilla razón: lo tangible nos da miedo. Mucho.
No hay certeza más hermosa que los castillos en el aire, tan llenos ellos de sueños cumplidos y triunfos festejados.
El hoy poco importa, lo que necesitamos es el motor de lo incierto; el motor que nos lleve hacia el camino de la plenitud y la cercanía, ése, ese que no vemos en el hoy y solo estará en el mañana.

Ahí es cuando sonrío, con un gesto siniestro: 
No soy material de ilusiones a futuro. No creo en los Reptilianos y Volver al Futuro no me gusta porque ¿quién quisiera volver del futuro? ¿Quién en su sano juicio volvería al lugar que tanto evadió?. Yo no.

Yo siempre he sido de presentes.
La primera que dice presente a causa de su apellido.
La  que llega con un presente a la fiesta.
La que nunca se hace presente en los convencionalismos sociales.
La que solo se sabe tiempo presente.
La que a diario está saboreando el presente.

Soy del aquí y soy del ahora.

De la cerveza helada.
De la tortilla caliente, en mi mesa.
Del calor golpeando mi frente, en Junio.
De la música que suena allá afuera, entre el tráfico.
Del segundo y su sonrisa.
De lo que duele y no de lo que dolerá.
De la que escribe y le da click.
Del aire fresco.
De la gota incesante de la regadera.
Del olor a margaritas.
De la sonrisa cómplice.
De las complicadas manías.
Del brainfreeze.

No niego la existencia del futuro pero eso será mañana......................y mañana ya nada será igual.



        * Este proyecto -que incluye en gran parte el compromiso y la constancia, hábitos muy olvidados por su servilleta- es conjuntamente con un amigo letroso, ávido, como yo, de una válvula de escape que nos permita diseccionar tanta cosa atorada por medio de letras, tan olvidadas hoy en día. Gracias a los que siguen leyendo y les recomiendo a mi compa El Alecuije;  créanme, tendremos algo que decir.

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